EDUCAR LA VOLUNTAD

          El otro día un amigo hizo que me detuviese un instante en una imagen que muchos hemos podido observar en televisión o a nuestro alrededor.

          La imagen de un río en plena época de lluvias y tormentas, arrastrando con virulencia todo lo que llega a su cauce, y cómo en ese estruendo de las aguas, la corriente se lleva por delante todo lo que está a su alcance sin posibilidad de retroceder.

          Sin caer en el tremendismo, y para evitar que nuestros hijos sean arrastrados por la corriente, quiero destacar un aspecto de la educación en la que los padres principalmente, y los educadores, juegan, jugamos un papel importantísimo; me estoy refiriendo a lo que los expertos denominan “educar la voluntad”.

          Cierto es que nos ha tocado una época en la que pedimos vivir cada vez más cómodamente, esperando que casi todo venga hecho; es la sociedad del bienestar y que, como un derecho, se exige al Estado proporcionarla. Pero ese bienestar no puede ser a costa de nuestra integridad. Debemos saber decir que no cuando las circunstancias exigen decir que no.

          Podemos preguntarnos, ¿sabrán nuestros hijos decir que no a lo que creemos es malo para ellos?, o mejor dicho ¿educamos a nuestros hijos para que sepan decir que no?, y si no lo hacemos ¿cómo conseguirlo?.

          Para ir contestando esos interrogantes debemos partir de la premisa fundamental, la propia libertad de padres y madres de decidir la educación que quieren dar a sus hijos y que no sean terceras personas, políticos o instituciones los que determinen que conviene o que es rechazable.

          No olvidemos que educar significa desarrollar o perfeccionar las facultades intelectuales y morales del niño o del joven por medio de preceptos, ejercicios, ejemplos, etc.

          Educar (derivado del latín educare "guiar", y educere, "extraer") supone sacar de dentro hacia fuera, la generosidad, el autodominio, la fortaleza, virtudes que deben aprender de nosotros, sus padres, con el ejemplo y la propia enseñanza para que lleguen a alcanzar su plenitud personal.

          Por eso, debemos educar la voluntad de nuestros hijos, respetando su libertad; si no lo hacemos, si no les guiamos para que conozcan lo que está bien o mal ¿cómo ejercitar nuestros hijos el día de mañana su propia libertad, si la opción de discernir está limitada por la ignorancia o la apatía?.

          La expectativa se me antoja peligrosa o al menos, fuera de control, y por ello, nada deseable; acudirán a obtener la respuesta de sus amigos, del líder de su grupo, de la publicidad, o de “lo que se lleva”, es decir, de esa “corriente” a la que antes aludía.

          Todos sabemos lo que se “cuece” en la calle, aunque a veces sea políticamente incorrecto decirlo.

          Sabemos que existe la pornografía, al alcance de la mano en cualquier quiosco, o en un “zapping” nocturno, o en ese sitio web que me ha dicho fulanito, sabemos que existe el sexo fácil y sin compromiso haciendo uso de los preservativos que se reparten gratuitamente en lugar de invitar a la responsabilidad y al control racional de las apetencias, sabemos que está el botellón en las plazas de nuestras ciudades, sabemos que están las drogas (en sus múltiples e “inocuas” apariencias) que se ofrecen como algo natural, los videojuegos que exaltan y premian la violencia, y un largo etcétera.

          Si hemos sido capaces de educar a nuestros hijos tanto personalmente como con la libre elección de un centro educativo que comparta nuestro ideario y nuestros valores, nuestros hijos, en esa difícil época de la adolescencia que cada vez se adelanta más, podrán ser como esos recios puntales de los puentes que resisten al ímpetu de la corriente y, a pesar de que quizás en alguna ocasión les puedan mirar como bichos raros, cuando alcancen mayor conciencia y edad, seguro que nos agradecen, al menos, que les hayamos enseñado a saber elegir, a saber optar, a ser un poco más libres y no ser arrastrados por la torrentera que no distingue.

          Nuestros hijos son y deben ser para sus padres únicos e irrepetibles y su individualidad nos obliga a enseñarles a que reconozcan su íntima personalidad y virtudes que encierran, diferentes a los demás.

          La pregunta importante que deberíamos hacernos los padres y madres sería, ¿estamos educando, guiando, extrayendo de nuestros hijos esas virtudes y valores que queremos les hagan resistentes a la corriente?

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