EL CIRCO DEL DOLOR

Autor: Carmen de Andrés

Coordinadora de Comunicación del Grupo Educativo COAS.

Miembro de ATELEUS (Asociación de Telespectadores y Radioyentes de Euskadi).

Fuente:

Sontushijos

Vivimos en una era de "escaparatismo" del dolor ajeno.

Con la trágica muerte de Erika Ortiz, hermana de la Princesa de Asturias, se ha vuelto a poner de relieve en las televisiones el tratamiento que se da al dolor. Ese escaparatismo del dolor ajeno, como mínimo nos debe hacer reflexionar a los consumidores y a los responsables de los medios de comunicación sobre su idoneidad como consumo masivo.

No deja de sorprenderme que la sociedad actual, tan sensible al dolor, que trata de solucionarlo mediante fórmulas eutanásicas, sin embargo, sea una gran dispendiadora de la aflicción ajena. También me desconcierta que esta noticia y todo su envoltorio en efigies, no sólo se haya emitido en los llamados programas rosas o con pinceladas de sensacionalismo, sino que ha abierto los telediarios del miércoles y jueves en algunas cadenas televisivas generalistas, y que los medios impresos y digitales hayan incluido esta información en sus portadas con alta dosis de pornografía sensitiva.

El viejo razonamiento de que los medios dan aquello que interesa al público o si éste es interesado por la acción de los medios de comunicación es un debate que podemos plantearnos aquí, aunque sea de forma tangencial.

¿Por qué tiene tanto interés para el público o los medios de comunicación esta noticia? Quizá porque juegue con varios ingredientes hipnotizadores: la muerte de una persona joven, que no era pública pero que por circunstancias ajenas a ella estaba en el punto de mira del interés periodístico…en esta sociedad icónica, los medios nos han suministrado imágenes de la Princesa de Asturias sin poder contener el llanto).

Si hacemos un análisis antropológico de este cúmulo de causas, quizá la que subsista con mayor fuerza sea  la de ver el dolor ajeno como espectáculo.

Decía C.S Lewis en su libro “El problema del dolor” que “el dolor es una realidad misteriosa. Ninguna hay tan ineludible, universal e inmediata, ninguna tan inexorable, arcana y desconcertante como ésta”.

Es verdad que todos acabamos siendo seres dolientes, porque todos acabamos enfrentándonos a él antes o después. Ni siquiera su condición de certeza existencial aminora la imposible utopía de una vida sin dolor.

Pero quizá sí la aminore, el efecto catártico de verlo en los demás. Esta experiencia directa de verla en otros seres humanos nos permite vislumbrar confusamente algunos rasgos suyos. “No soy conocedor aún del dolor- decía Rilke- por eso, hazme pequeña esta enorme tiniebla”. Y el dolor se nos empequeñece cuando lo vemos reflejado en otras personas.

No debe sorprender, pues, la insistencia humana por descifrar este misterio en experiencias ajenas. Pero quizá sí nos tendría que sorprender el tratamiento televisivo que se hace de éste: cuando se magnifican los hechos, cuando se intuye la verdad pero no se descubre, cuando un icono sustituye al discurso lógico, cuando se informa de forma sensitiva y no racional, cuando se da información instantánea pero no procesual, cuando se comunican hechos que éticamente no deberían sacarse a la luz, cuando se pasa por alto el bien de las personas porque se busca una compensación económica.

Que un medio de comunicación actúe con ética resulta costoso en términos de esfuerzo, pero es una buena inversión. El mal, en cambio, se compra barato, pero antes o después acaba por hipotecar la trayectoria laboral del medio de comunicación.

La sociedad actual con frecuencia nos propone fórmulas anestésicas, pero en ningún caso resuelven el dolor propio. Ese, como la muerte, es inexorablemente un viaje, un tránsito personal y cuanto más armados estemos espiritual y racionalmente mejor lo sobrellevaremos.

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