¿HAY ALGUIEN AHÍ?
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- 01 Marzo 2011
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Original para sontushijos
El saludo del niño responde a lo aprendido en casa
Lo comentaba una dentista a punto de terminar su larguísima jornada: “Ni un sólo niño de todos los que hoy han pasado por la consulta me ha saludado al entrar” No pretendía que le dieran conversación, ni que a su “¿qué tal?” alguno hubiera respondido con un “bien ¿y tú?”, simplemente esperaba un ¡hola! que no llegó en todo el día.
Resulta estremecedor que actualmente llame la atención el saludo de un niño. Y todavía más penosas son las excusas que los padres ofrecemos como argumentos: es que son todavía muy pequeños (por si acaso ya nos hemos ocupado de que sepan leer y escribir…); es que son muy tímidos (por disfrazar de alguna manera su mala educación); es que vamos con mucha prisa (ni que fuéramos corriendo una maratón); es que hoy no está de humor (nada hombre, ya dejará de escupir cuando se le pase la pataleta); es que… Es que estamos creando auténticos troles.
¡Claro que no siempre apetece saludar a aquella amiga de la abuela que pincha cuando te besa, te impregna con su perfume y mientras te pellizca el moflete te pregunta por enésima vez tu nombre y si tienes muchos amiguitos! Habrá que aplicar entonces un poco de aguantaformo porque eso son gajes de vivir en sociedad.
Desde que los niños salen de casa a primera hora de la mañana se encuentran con multitud de personas a las que les deben, como mínimo, un saludo. Si ya lo aderezaran con una sonrisa y mirándoles a la cara… No pueden funcionar por la vida como si fueran discapacitados que ni ven ni oyen al prójimo ¿O acaso no es alguien la responsable de la limpieza del portal?, ¿o el vecino del 5º?, ¿o el conductor del autobús?, ¿o los profesores y el personal del colegio?, ¿o la dependienta de la tienda de chuches?
¿No sería más fácil acostumbrarles, desde los primeros años, a saludar e incorporarlo como un hábito más? A hacerlo con naturalidad, sin diferencias ni distinciones. Tan ridículo parece dar un rodeo kilométrico para evitar al que no interesa como ir dando brincos hasta alcanzar al que queremos impresionar por nuestra simpatía.
Evitemos que, una vez llegados a la preadolescencia, se conviertan en personajes que, paradójicamente, airean sus intimidades en las redes sociales frente a su tribu de amigos a la vez que simulan su afonía a la hora de presentarse ante los más cercanos.