¿POR QUÉ ALGUNOS HIJOS ADOLESCENTES EJERCEN LA VIOLENCIA CONTRA SUS PADRES?
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- 09 Abril 2018
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Licenciado en Filosofía y Letras – Filología Vasca.
Profesor en Munabe de Lengua y Literatura vasca en la ESO y Bachillerato.
Experiencia profesional de 31 años de docencia.
Sontushijos
El pequeño dictador. Cuando los padres son víctimas de la violencia.
Según los últimos estudios realizados, los casos de violencia filio-parental se han disparado de forma exponencial en los últimos años, hasta afectar a entre un 10 y un 17% de las familias, en su mayoría de clase media y media alta, aunque los expertos alertan de que existe una “cifra negra” en este tipo de agresiones.
Una reciente lectura en un periódico de ámbito local arrojaba el preocupante dato del aumento en un 40% de la violencia ejercida de hijos contra sus padres desde el año 2014, lo cual me lleva a compartir una reflexión preocupada sobre la educación que se está trasmitiendo, que estamos trasmitiendo, a nuestros jóvenes y adolescentes.
El primer dato a tener en cuenta es que en contra de la opinión generalizada de que este tipo de violencia, denominada en psicología El Síndrome del Emperador, es ejercida principalmente en familias marginales, los expertos señalan que la realidad es otra. El 60% de este tipo de situaciones aflora en familias estructuradas de clase media cuyos progenitores que se pasan el día trabajando, no ven a sus hijos e intentan, de alguna forma, compensar su ausencia con todo tipo de concesiones o regalos. La imagen de una familia desestructurada, por tanto, queda muy lejos del perfil de los hijos con este tipo de problemática. Roto el estereotipo, la sensación de fracaso aumenta en mayor medida.
Las estadísticas sobre la violencia filio-parental revelan una realidad igualmente inquietante: más de 8.000 agresiones registradas –habría que tener en cuenta también las no registradas pero sí ejercidas, la llamada “cifra negra”– en toda España, las cuales son mayoritariamente ejercidas por menores de edad. Todos estos casos son la mayoría de las veces el reflejo de una evidente carencia educacional, de una educación mal ejercida o mal asimilada.
En esta carencia educacional subyace la máxima tantas veces escuchada hoy en día entre los padres jóvenes de que “hay que negociar con el niño o con el adolescente” muchas de las obligaciones o tareas diarias, negociación que frecuentemente desencadena en situaciones de enfrentamiento dentro de la familia. La educación en el entorno familiar no debe ser un ensayo o una tarea democrática, sino una relación de amor y respeto mutuo en el marco una convivencia y con unos límites establecidos por los padres. Y nuestros jóvenes tienen que asumirlos como propios y ejercerlos para el buen funcionamiento del núcleo familiar. Si no es así, la convivencia familiar resulta imposible. En resumen, no debe haber negociaciones gratuitas.
Otra estrategia que complica aún más la situación es el colegueo de algunos padres con sus hijos. Los padres no pueden ser nunca a la vez padres y colegas. Un padre debe imponer con cariño los horarios y obligaciones, y es evidente que un colega nunca podrá ejercer esa tarea. Debe marcar límites, ejercer su autoridad, que sus hijos tengan una referencia aunque en un principio no le guste o no esté en consonancia con sus deseos inmediatos. Cuando no se ponen límites se gesta el pequeño déspota, que ejerce su violencia principalmente sobre la figura materna. Generalmente, el padre no suele intervenir hasta la adolescencia del joven, cuando las tensiones han pasado de ser psicológicas a físicas, y el problema los ha desbordado. Desgraciadamente, suele ser demasiado tarde. Por lo tanto, el colegueo con los colegas, y no con los progenitores.
Impedir que el niño o el adolescente se convierta en un tirano es aparentemente sencillo. Basta con detectar los imperativos, la ira injustificada o justificada pero siempre fuera de lugar, y el egoísmo exacerbado del menor antes de que empiece a crecer el dictador que disfruta viendo cómo sus padres se doblegan ante él. La violencia empieza con una mirada desafiante, continúa con el maltrato psicológico y desemboca a veces en el maltrato físico. Desgraciadamente, ningún hijo está exento de convertirse en un maltratador cuando no se ponen límites y se cede ante su voluntad, ya que se le acostumbra a sentirse dueño de quienes lo rodean. Si siempre que da una orden se le consiente, si cuando pide algo se le da, si cuando empieza a exigir de manera violenta, ya sea verbal o físicamente, se cede por miedo al enfrentamiento, el joven pensará que está haciendo lo correcto, lo que tiene que hacer, y esta conducta irá in crescendo. No olvidemos nunca que la violencia psicológica es también otro tipo de violencia, la cual siempre debe ser y será inadmisible dentro del ámbito familiar, aunque algunos padres no le otorguen la debida importancia.
Y es en este punto donde vuelve a surgir el tema de la frustración que ya fue tratado en un artículo anterior. La dictadura del “porque lo quiero ahora y ya” no ayuda en absoluto a corregir esta violencia gratuita de los hijos contra sus padres. El adolescente debe ser educado en la cultura del respeto y de la frustración, de que hay deseos que no puede conseguir sin luchar por ellos. Los expertos hablan de jóvenes con problemas para administrar la frustración y de padres a los que el rechazo de modelos autoritarios les ha llevado a la sobreprotección. Hay que educar al niño en que no puede tener todo en la vida, “ni ahora ni en el futuro”, porque los jóvenes están recibiendo el mensaje erróneo de que pueden conseguirlo todo. No es cierto. Este es el germen de su egoísmo y les origina unas frustraciones enormes, además de, en múltiples ocasiones, comportamientos violentos.
Por otro lado, como padres debemos aceptar que el choque generacional entre padres e hijos es algo intrínseco a la educación: desobedecer, discutir… Y los hijos, como hijos, deben comprender que el maltrato psicológico y, no digamos levantar la mano a sus padres, es antinatural y contrario al cuarto mandamiento de la Ley de Dios que establece la obligación de “honrar a tu padre y a tu madre”. Esto hay que explicárselo así a nuestros menores o jóvenes, sin tapujos y sin libres interpretaciones.
De la misma manera, tenemos que explicar a nuestros hijos que significa honrar en el contexto del mandamiento. Honrar no sólo es respetar, es algo mucho más profundo que todo eso.
1.- Significa también valorarlos. Honrarán a sus padres cuando agradezcan y manifiesten todo lo que han hecho por ellos. Y demostrarán que los valoran teniendo en cuenta y poniendo en práctica sus consejos.
2.- Significa aceptar su autoridad. Los jóvenes honran a sus padres al respetar la autoridad que Dios les ha dado. Obedecer también significa honrar.
3.- Tratarlos con respeto. El respeto se verá en lo que dicen y en cómo lo dicen, pero también en lo que hacen. El respeto tiene que abarcar todas las facetas del ser humano, dígase la psicológica y, por supuesto, la física.
4.- Cuidar de ellos cuando envejezcan, estén enfermos y necesiten nuestra ayuda. Los honrarán al asegurarse de hacer todo lo posible para que tengan lo que les haga falta en cualquier momento de su vida.
Honrar a unos padres es una de las bases de la sociedad, y así deben saberlo nuestros hijos o jóvenes. Quien no entiende que su vida ha dependido y depende de sus padres, que su vida ha sido creada y sostenida por sus padres, a quienes deben respeto, consideración y honrar en vida, no entiende cuál es el principio de las cosas y le costará tener límites en su comportamiento con respecto a ellos. De ahí también la enorme importancia de la educación en virtudes y en valores.
Para finalizar, lo terrible de los hijos maltratando a sus padres no sólo es el dolor de esos padres. Me viene a la mente el dolor de esos hijos, que en la medida que vayan creciendo y aprendiendo, se den cuenta que lo imperdonable de su situación vital será lo que nunca podrán perdonarse a sí mismos: el haber maltratado a sus padres.